Como enganchar a los espectadores.
Supongamos que hemos convencido al espectador del hecho de que el teatro aficionado no tiene porque ser menos bueno, que el profesional. Supongamos también que el espectador ha entendido que, aunque el acceso a la sala sea gratuito, eso significa que el espectáculo valga poco.
Tenemos a los espectadores sentados en sus butacas. Unos lo estarán por ser gratuita la entrada... otros porque el dinero que le hubiera costado ir a una sala comercial prefieren reservarlo para otras prioridades, o porque no pueden o no quieren pagar los precios desproporcionados de las salas comerciales. Otros, porque sienten una cierta curiosidad por ver de qué va esto del teatro, por el que nunca antes se interesaron. Otros habrán elegido el teatro aficionado simplemente porque les transmite sensaciones diferentes al teatro profesional.
Pero... una vez dentro, en la sala, al espectador hay que emocionarlo, convencerlo para que vuelva... y eso solo se hace ofreciendo calidad y sinceridad.
El espectador sabe disculpar las carencias técnicas o de medios cuando son suplidas con pasión, entusiasmo. El espectador se conmueve con interpretaciones inseguras, vacilantes o ingenuas si las reconoce como sinceras, espontáneas y genuinas. Pero si lo que se ofrece es un espectáculo pretencioso concebido para y por actores y directores fatuos.. el espectador huirá despavorido, como lo hace de un mal libro, de una mala película o de una mala pintura. En el mundo del teatro aficionado hay demasiados actores y directores frustrados, y carentes de una mínima capacidad de autocrítica, que conciben espectáculos para su lucimiento personal y que pretendiendo alardear de creatividad solo consiguen ser “raros” por una mal entendida y aplicada modernidad o vanguardia. Demasiado auto didactismo deformante y poca permeabilidad al aprendizaje y la formación.
Hay que respetar al espectador, mimarle.
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